El consejero simpaticón, Jesús Aguirre, al que sus devotos consideran la quintaesencia de la gracia andaluza, está empeñado en desmentir su propia leyenda, que crece y crece, igual que la nariz de Pinocho, con cada pandemia. En este año y medio de legislatura lo hemos visto actuar ya en dos catástrofes: la listeria y el coronavirus. Casi siempre con el mismo patrón de conducta: decir una cosa, hacer la contraria y, al cabo, felicitarse por ambas al mismo tiempo. Aguirre es un señor (con bigote) que tiene una facilidad asombrosa para hacer la peonza y absolverse a sí mismo todo el rato. Con la listeriosis, sin ir más lejos, dijo alto y claro que los propietarios de Magrudis, la empresa responsable del envenenamiento masivo, eran industriales ejemplares y unos santos varones. Acabaron en prisión preventiva y con una fianza de cinco millones de euros. El consejero demostraba así (a todos) sus dotes de lince.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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