Cuando uno va a oír una conferencia, emulando a los escritores de antes camino del correspondiente ateneo o del casino provincial, se espera del ponente no tanto que diga algo original, sino que la perorata que se anuncia en los carteles sea perpetrada con talento y donosura. Los italianos lo expresan con una frase prodigiosa: se non è vero, è ben trovato. La oratoria, igual que la literatura, exige dotes retóricas. En el caso de Andrés Trapiello, escritor permanente y editor exquisito, ambas cuestiones -el fondo y la forma- se presuponen, pero esta mañana, en la segunda sesión del ciclo que Letras en Sevilla dedica a Chaves Nogales, tuvo la tentación, abortada por fortuna sobre la marcha, de resolver el envite leyendo en público un texto elaborado para una de las ediciones de Renacimiento, la casa de Abelardo Linares, ese sevillano raro que al cronista le ha obligado siempre a hacerle entrevistas vía mail, como si la agorafobia acaso no fuera un patología que hermana a los espíritus gemelos. Trapiello pretendía explicar así los motivos por los que la obra del periodista sevillano ha tardado tanto en volver a la vida, que en literatura significa tener el aprecio de los lectores.
Una crónica para elmundo.es
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