El mejor resumen de esta crisis lo escribió Cervantes en 1616, tres días antes de morir, presuntamente de hidropesía, una enfermedad que hincha los tobillos y obliga a beber como si no hubiera mañana: “Ayer me dieron la extremaunción. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Así estamos todos tras un mes de encierro con partes diarios de desgracias en cuya veracidad no podemos creer, salvo que queramos ser engañados. El 85% de los españoles no nos hemos movido del sitio, salvo para ir al baño. Al retornar de ese viaje cósmico que va de la cama al salón –casas diminutas aparte– nos topamos con la noticia: los científicos auguran que el distanciamiento social –costumbre que ya practicábamos a la sublime manera de Ignatius J. Reilly, el héroe de La conjura de los necios– se extenderá hasta 2024. Podemos soportarlo. Más difícil se nos antoja mantener hasta entonces la paciencia ante los debates bizantinos que impulsa el alcalde de Sevilla, el quietista Espadas, que tras hacer el ridículo invocando a la OMS para no suspender la Semana Santa –los cofrades se la han inventado igual– ahora anda convocando plenos urgentes para cambiar los festivos locales y celebrar la Feria de abril en septiembre. Eso es tener prioridades y sentido de la realidad.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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