Vicente Verdú llegó al periodismo, ese oficio sin nobleza, por un camino insólito y, al mismo tiempo, perfectamente convencional: quería ser poeta. Degenerando, degenerando, como diría Juan Belmonte, terminó un día, aunque quizás fuera más bien una noche, en la redacción de un diario, ese sitio mágico que en alguna ocasión definió como un lugar de donde –si eres periodista– no tienes manera de irte nunca a tu casa, salvo a la fuerza. Léase: con la carta de despido entre los dientes o con los pies por delante. Hasta embarcarse en el primer paquebote a la deriva –el periodismo no es más que la suma de naufragios– su singladura biográfica había sido generosa en desvíos, rodeos y digresiones. Niño burgués en el Elche de la posguerra, había estudiado el bachillerato de ciencias con los salesianos y, como cualquier adolescente de la época, poseía un alto concepto de sí mismo.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal.
Deja una respuesta