No es la primera vez, ni será la última, que lo escribimos: en política, la realidad imita al arte. Siempre. Rara vez ocurre lo contrario: que el juego de mediocridades que es nuestra vida pública pueda ser considerado digno de un tratado de estética. El barro con el que un artista construye su ideal no existe en la Marisma, donde el único género adecuado para contar las hazañas de la autonomía es la sátira, mayormente humorística. Todo lo demás -incluido ponerse estupendo, cosa a la que acostumbran mucho los heraldos– es hacer perder el tiempo al lector, ese animal mitológico para el que trabajamos los escritores de periódicos. El humor, por supuesto, es una cosa muy seria. Requiere no sólo describir el teatro del mundo, sino ajustarlo a su verdad esencial. A veces ésta se oculta detrás de un detalle ínfimo. Venimos sosteniendo que la era del Nuovo Adelantado, Juan Espadas, al frente del PSOE indígena es una suerte de réplica (a conveniencia) del susanato, que ha sido vencido pero no ha desaparecido porque, igual que las iglesias llenas de exvotos, todavía pervive en el espíritu íntimo de los socialistas devocionales. El quietista, que sigue diciendo que ha ganado la competición por sus propios méritos -una opinión colosal-, estuvo hace unos días dándose un baño de sanchismo oficial con la plana mayor de Ferraz, que bajó a la Marisma para dejar claro quién ha triunfado en las primarias. En efecto, no es el alcalde de Sevilla, sino el poder federal (de los indultos).
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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