«¡Un caballo, mi reino por un caballo!». Eso gritaba, en mitad del campo yermo, Ricardo III en la tragedia de Shakespeare. En la República Indígena, a falta de retórica tan ilustre, debemos conformarnos con una variante menor, mayormente vulgar: «¡Un coche compartido, mi dieta (parlamentaria) por un Blablacar!». Dos diputados, dos, uno naranja y otro morado, han dimitido en menos de una semana tras conocerse que ambos, con un sentido empresarial admirable, sacaban tajada económica de los viajecitos, cartas iban y venían, entre Jaén, Almería y las Cinco Llagas, donde cobraban envidiables gastos de desplazamiento -incluso sin desplazamiento- al mismo tiempo que arrendaban sus vehículos en internet. Economía colaborativa, lo llaman: pagamos todos; ellos se apropian de los beneficios. ¿Sorpresa? No.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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