Todas las grandes ciudades encierran en su interior urbes alternativas, complejas y contradictorias. Sevilla, aunque tiene un tamaño discreto, cumple este requisito a pesar de que ni la ciudad oficial (de los intermediarios a comisión) ni los costumbristas, esos tipos que nos hablan a gritos desde el atril de caoba del pretérito, lo reconozcan. Junto a la ciudad onanista de nuestras élites, en paralelo a la ficción privada de otros, que sitúan el paraíso de la infancia en la Sevilla de los años 50, que sólo era una ciudad triste marcada por la posguerra, el nacionalcatolicismo, el humor chusco, la crueldad seca y la misa diaria obligada, existen otras Sevillas que han ido haciéndose en estos años. Nuevos paisajes cotidianos que no tienen quien les escriba endechas y que son fruto del azar, la desidia o la casualidad.
La Noria del miércoles en El Mundo.
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