Chesterton dejó dicho –refiriéndose a las novelas de Dickens– que su dramatismo hacía que mostrasen la felicidad bajo la forma de una crisis y convirtieran el invierno, el momento en el que el universo está más triste, en la Navidad, cuando el júbilo se impone prácticamente por decreto. Algo semejante podemos decir de 2019, que morirá dentro de días. El año que ahora concluye ha sido un año caníbal. Todo el mundo se ha devorado a sí mismo de una manera u otra. La alternancia en la Marisma, consumada tras el anterior solsticio de invierno, ha pasado de ser motivo de cierta alegría (para muchos) a convertirse en una preocupación (para todos). No es difícil averiguar las razones: antes, siempre cabía la esperanza de que algún día indeterminado las cosas cambiarían; pero una vez revelado ante nuestros ojos como escabeche (un cambio sin cambio), lo que al principio pudo ser motivo de ingenua alegría (para quienes votaron en esta dirección) se ha convertido en estancamiento. En polvo, en tierra, en nada.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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