Caballero viene del latín caballarius. Es el término que define a aquel que cabalga, ya sea a lomos de un rocín o de una mula. Igual da. La palabra se aplica también a las personas obstinadas que no se dejan persuadir. Éstos son los denominados caballeros en propósito, en empeño, en porfía o en opinión. Como la montura es lo que da nombre al personaje completo, el sustantivo se usa como sinónimo para los rasgos de nobleza. La hidalguía, que se decía en la España del Siglo de Oro; donde carecer de montura era una desgracia. Quizás por eso, porque sin el pedestal equino algunos se sienten como si les faltara algo, el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, ha decidido que él va a seguir montando a lomos de su propio corcel. Literal y metafóricamente.
El regidor dice estar desesperado porque la Junta de Andalucía, ese gobierno de bolcheviques, no da luz verde a la segunda tienda de Ikea. Que Zoido se queje de la actitud de la Junta es lo habitual. Que tenga razón cuando lo hace ya es cosa más discutible. Después de dos años sin solucionar el verdadero problema de fondo –la legalidad del proyecto– el alcalde está empezando a actuar como si la inversión ya estuviera perdida. La evidencia más palpable es que continúa culpando a la administración autonómica de su propio fracaso.
El argumento no es nada nuevo. Lo novedoso es el tono chusco que ha elegido. Zoido se ha permitido la licencia de decir que la vía pecuaria que pasa por los límites de San Nicolás Oeste, los suelos donde está previsto desarrollar este complejo comercial, es perfectamente inútil porque por allí “ya no pasa ni un caballo”. Los aduladores en nómina han visto el cielo abierto con este comentario, muestra del ingenio impar del regidor.
En realidad, Zoido ha cometido una imperdonable torpeza. El Ayuntamiento lleva casi dos años insistiendo en una solución que es jurídicamente imposible y ahora, ante la evidencia de que las cosas no van a salir bien, culpa a quien sea para eludir su propia responsabilidad. Parece un adolescente. El problema de Ikea no es la vía pecuaria, sino su imposible encaje urbanístico. De esto, que es bastante sencillo, todavía no parece haberse percatado ni el PP ni la oposición, que se limita a decir obviedades.
El antiguo cordel ganadero que discurre por San Nicolás Oeste no es más que un obstáculo menor, no el factor que tiene en el aire la supuesta inversión de la multinacional sueca; que, por cierto, hasta ahora lleva tiempo sin decir nada al respecto. Quien siempre habla en su nombre, sin ser accionista, que sepamos, es Zoido. Aunque más bien los intereses que defiende el regidor son los de los intermediarios y operadores particulares de suelo, que son indígenas, sevillanos, pura cosecha de la tierra.
La desafectación de las vías pecuarias es una competencia estrictamente municipal. Lo que la Junta tiene asignada es la tarea de validar este proceso, previsto por la legislación. La importante protección de la que disfrutan los antiguos caminos ganaderos no está vinculada a su uso, sino a su naturaleza jurídica. Por eso no tiene la menor importancia que por ellas no transiten ya el ganado, los caballos o las sirenas. Lo trascendente, a efectos legales, es su condición de bienes de dominio público. Por eso la ley obliga a los municipios a deslindar, desafectar y compensar su trazado histórico en los casos donde el ordenamiento urbanístico lo requiera. Con el único fin de salvaguardar su atributo de patrimonio colectivo. Que el alcalde, siendo de profesión juez, no sepa esto resulta lamentable. Pero que además haga una gracia saltándose la letra de la ley vigente denota cuál su verdadero talante institucional. Cero.
Zoido debería ser más respetuoso con las normas. A fin de cuentas, también es parlamentario. ¿O es que no cree en su propio trabajo como diputado? Debería guardar también un mínimo sentido del decoro. Y cierta coherencia argumental: desde un punto de vista racional no tiene lógica que la primera autoridad de Sevilla, al ser preguntada por los plazos de este proyecto, diga: “Plazos no hay, pero se intentarán acortar al máximo”. ¿En qué quedamos? ¿Existe o no existe un calendario?
Si el gobierno local, en lugar de perder el tiempo con los golpes de efecto y los lamentos, hubiera acelerado el deslinde de la red de vías pecuarias, que sigue pendiente en muchas zonas, no sólo habría hecho lo que es su obligación. Hubiera dado seguridad jurídica plena a los propietarios de los terrenos afectados por este problema. No se trata de ninguna cuestión menor: los planeamientos urbanísticos aprobados en los órganos de gobierno, esenciales para buscar financiación ante los bancos, no son válidos si no se han cumplido los trámites de la legislación medioambiental. Y eso perjudica a Sevilla.
El Ayuntamiento ha dejado pudrir esta cuestión durante casi dos años. Aunque el obstáculo real de Ikea no se salva cumpliendo la legislación de vías pecuarias. Por mucho ruido partidario que quieran hacer en la Plaza Nueva, el dictamen autonómico sobre la recalificación urbanística no puede ser positivo salvo que la multinacional sueca esté dispuesta a renunciar a sus aspiraciones iniciales o Zoido tramite con garantías de éxito un cambio estructural del PGOU. Ninguna de ambas cuestiones parece factible. Por eso Ikea no avanza.
Este proyecto inmobiliario no tiene cabida en el modelo urbano de Sevilla, que establece un tope del 50% de la edificabilidad total asignada por el Plan General para permitir la instalación de las grandes superficies comerciales en los nuevos suelos urbanizables. El alcalde podrá esperar y desesperarse todo lo que quiera, culpar a su abuela –es un decir, por supuesto– o mentar incluso al Cid Campeador, que cabalgaba sobre los lomos de Babieca. Como guste. Pero hasta que no se baje de su propio caballo, o sea derribado de su montura, como Pablo de Tarso camino de Damasco, no va a conseguir solucionar esta cuestión, sino perder el tiempo y hacérnoslo perder también a todos nosotros, sus rendidos admiradores.
Sergio dice
Gracias Carlos por aclararnos los temas urbanísticos que desde las administraciones intentan enredar y enredar para que los ciudadanos nos traguemos sus quejas y lamentos.