Lo diremos a la manera de Chuck Berry: «Cuando digo blues, quiero decir blues. ¿Queda claro?». Igual de categórico ha sido el arranque de la famosa comisión parlamentaria de la Grande Alleanza, cuyo nombre parece una división de la masonería pero, en realidad, iba a ser -hasta el lunes- el foro institucional clave para «reconstruir» la Marisma, que sin turismo y con los bares cerrados vuelve a ser lo que siempre fue: pobre. La única diferencia con los tiempos pretéritos es que ahora gozamos de una autonomía que no es tal (sin dinero, la dependencia es un castigo perpetuo) y contamos con un sinfín de diputados -léase empleados de los partidos- que cobran mucho (dado lo que hacen y lo que son) y no arreglan nada. Legislar es una tarea que a la mayoría de los electos les viene grande. Mucho. Las Cinque Piaghe no funcionan, básicamente, porque los partidos son incapaces de escucharse y se pasan el día lanzándose vetos cruzados y jugando a ser los guiñoles de un teatrillo absurdo que no le importa a nadie.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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