No deja de ser un acto estéril, pero nuestros políticos siguen creyendo que cambiándole el nombre a las cosas –un poder que sólo tienen Dios y el hablante común– los problemas desaparecen. No es así, por supuesto: el nombre es la cosa misma. Un eufemismo no es más que una forma (malévola) de mentira. Véase el asunto de los recortes del sistema sanitario: los escabechistas los niegan, igual que en su día los negaban, en contra de todas las evidencias, los susánidas, pero no sólo existen, aumentan. Los ambulatorios son la nueva zona cero de las catástrofes bíblicas que este verano castigan a la Marisma. Y Salud no responde. Nunca. En vez del médico que pagas todos los meses –a través de la cuota de la Seguridad Social– te atiende un teleoperador o te topas con la nada absoluta: no te escucha nadie. Ya puedes estar muriéndote –a veces pasa– que no obtendrás respuesta. Si decides ir al centro de salud te lo encontrarás cerrado o te toparás con un guardia de seguridad –privado, of course– que no te dejará acceder al mostrador con el argumento de la pandemia. Así, de facto, te habrás quedado sin asistencia sanitaria, pero seguirás pagándola. Una sublime estafa.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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