Agosto irrumpe en nuestras vidas con el exilio real, tercera fase del plan de metamorfosis de la monarquía que comenzó con la abdicación regia y siguió con el repudio filial, instantes súbitos de la reforma lampedusiana de nuestra más alta magistratura. El Reverendísimo, luz que nos guía hacia las estrellas, 24 horas después del destierro monárquico, nos informa: «Respeto la decisión de Juan Carlos I. La forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria y en un Estado serio las instituciones son incuestionables. Mi apoyo al Rey Felipe VI». El primer argumento es personal -y, por tanto, irrelevante-, el segundo es una obviedad (constitucional, eso sí) y el tercero es directamente cuestionable. No tanto por la decisión del emérito, sino por un principio básico: en democracia todo es cuestionable mientras se respete la ley. ¿Está acaso queriendo decir Il Presidentino que Él, como representante de la autonomía, que en estas cuestiones de Estado no tiene nada que opinar porque carece de competencias ciertas, es también incuestionable?
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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