Los periodistas, a excepción de los gacetilleros costumbristas, que por fortuna cada vez son menos, somos tipos escasamente sentimentales, mayormente fríos y como de vuelta de todo, sobre todo si uno lleva algunas décadas largas en este oficio y ha oído ideas geniales que a los cinco minutos quedan en nada. Uno de los escasos objetos por los que casi todos profesamos devoción –una excepción en nuestra particular galería de escepticismos– son las viejas máquinas de escribir. Por lo general, ya no las utilizamos, pero nos gusta mucho mirarlas y soñar con un pasado que no hemos vivido. Las underwood norteamericanas son verdaderos objetos de museo, piezas perfectas y preciosas. Pero las primeras que disfrutamos con nuestras propias manos son las Olivetti italianas que destacaban por su diseño moderno y esencial. Con una de ellas –la Lettera 22, color coral– escribió toda la vida Indro Montanelli, periodista de cuyo nacimiento se cumplirá el próximo abril 110 años. Montanelli se hizo célebre por dos cosas: la impertinencia y la ironía. Frente al modelo aséptico de la prensa británica, extendido algo más tarde en Estados Unidos, en la Italia de su tiempo se practicaba la crónica satírica, polemista, ad hominen, que era algo así como una suerte de toreo con pluma: había que acercarse al animal, no bastaba con verlo a distancia y a cubierto.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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