La soledad, en política, se considera un defecto. Quizás sea porque, como escribió Bécquer, es el último territorio de la conciencia, donde las mentiras, sobre todo si son piadosas, no encuentran sustento. Para prosperar en la vida pública conviene atraer a las multitudes y no contrariar a los jefes de escuadra, siempre inquietos ante cualquier reunión –en tiempos del tardofranquismo se usaba el término contubernio– de más de dos personas. “Circulen, no me hagan grupos”, solía decirse entonces. En el PP de Casado, que es el del neoaznarismo, no termina de agradar que alguien vaya por libre. Si lo hacen dos, ya se considera un problema. Las elecciones en Galicia y Euskadi, las primeras celebradas en estos tiempos de pandemia, parecen alumbrar un poder emergente en el seno del principal partido de la oposición. Si bien se trata de una corriente escasamente rebelde, y que evita el enfrentamiento directo con la actual dirección, intenta articular una alternativa al casadismo y al cayetanismo reinantes. Procede de las instituciones, pero aspira a influir en el frente orgánico. Es el eje Santiago-Sevilla.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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