El alcalde de Sevilla es un estadista. Un tipo con porte. Un político optimista. Un hombre al que todo, absolutamente todo, le parece bien. Lo suyo es la concordia, el buen rollo, la simpatía espontánea y natural. El hombre tiende a ver la botella medio llena siempre. Es así. Tiene un carácter en positivo, nunca manifiesta sentimientos negativos. Tanto que considera que desde la Expo 92 en Sevilla no ha sucedido nada más importante, coronaciones de vírgenes aparte, que el I Foro Global de Gobiernos Locales, que hace unas semanas le permitió hablar -por los codos- de su verdadera pasión: las políticas medioambientales.
El faro de Alejandría
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