Las mayorías parlamentarias absolutas, tan ambicionadas por los políticos, tan útiles para la gobernabilidad (totalitaria) y tan calamitosas, a veces, para el interés general (que no siempre casa con el mayoritario) traen consigo un proceso de metamorfosis (política) merced al cual, a telón abierto, los actores del gran teatro público un buen día se dejan de matices, ponen término a la sitcom y se disponen, sin afeites ni máscaras, a ejercer plenamente el poder otorgado. Se gobierna igual que se es. Y no de ninguna otra manera. De ahí que los primeros meses de la Era Absolutísima y del Gran Laurel (del 19J) estén dando inequívocas señales de que en el Quirinale ha decidido hacer un ejercicio de sinceridad, que no es necesariamente coincidente la honestidad. Más bien, todo lo contrario. El cambio (sin cambio) no sólo ha durado tres años y medio –los de la primera legislatura conservadora en la historia de la Marisma– sino que va a extenderse a perpetuidad. Por los siglos de los siglos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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