Las desgracias se parecen mucho a las puñaladas. De entrada, no se sienten; después, te matan con retardo. La ruina que le espera a la Marisma con el coronavirus es como un iceberg: atisbamos la superficie; pero sabemos que lo peor está oculto bajo el agua. Fíjense ustedes, queridos indígenas, cómo será el tamaño del desastre que hasta el Reverendísimo, que es un tipo cauto y prudente, ha confesado esta semana: “A partir de septiembre Andalucía vivirá la peor crisis social y económica de toda su historia”. Cabe preguntarse las razones por las cuales Il Presidentino sitúa dentro de dos meses el gran batacazo. ¿Acaso es que la desgracia coge vacaciones? Como esta hipótesis es improbable, sólo cabe pensar que quienes sí van a tomarse una libranza (relativa) antes del terremoto son nuestros próceres. Hasta entonces, según todos los indicios, no se va a tomar ninguna decisión drástica, salvo que los rebrotes –contamos con diecisiete resurrecciones del bicho, en Granada y Málaga especialmente, pero también en Cádiz, Huelva y Almería– obliguen al Quirinale a tragarse el optimismo (interesado) de estos últimos meses y acepte al fin la evidencia: volveremos al confinamiento preventivo, aunque se decrete por zonas y desde las instituciones se evite dar la sensación de que la situación no está controlada.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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