No deja de ser una anomalía que el espacio político de la izquierda, que gobierna España desde noviembre de 2019, tenga que reinventarse desde el poder institucional en vez de a través de los canales orgánicos ortodoxos. O que sea la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, sin responsabilidades directivas ni en Podemos ni en IU, quien haya anunciado, dos días después de intervenir a favor de un bando en la guerra balcánica que libran las siniestras en Andalucía, que hasta después del 19J no va a comenzar su marcha por la España plural para articular un proyecto difuso y anónimo al que todo el mundo llama Frente Amplio. Más prodigioso aún es el método elegido por la ministra de Trabajo –la célebre coletilla de la “escucha activa”– para intentar dar forma a esta movilización política y social, más virtual que tangible. La razón es una paradoja. Un contrasentido cargado de significado: en la izquierda los actores políticos hace mucho tiempo que han dejado de escucharse unos a otros. Todavía peor: la desconfianza se ha vuelto endémica. Se gritan. Se critican. Algunos se odian.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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