Uno de los síntomas más evidentes de la perversión de la política contemporánea, que es un relato (interesado) sin gestión y, por tanto, sin capacidad para transformar la realidad, es la conversión de las creencias particulares en hechos colectivos. Nuestros políticos, y una parte notable de la sociedad, piensan que las cosas son exactamente como creen, en vez de conducirse por las evidencias factuales. De esta forma, casi todos han asumido la rueda de molino de que una comunidad es una suma de distintos grupos y parroquias, en vez de una sucesión de individuos particulares que piensan, sienten y razonan por sí mismos. Amparados en este silogismo, confían en que si satisfacen -clientelarmente- a los cabildos de turno conquistarán el aprecio popular. Es el primer paso para incurrir en un populismo transversal.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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