¡Líbrenos Dios, el Misericordioso, de la gente demasiado amable y bondadosa! Detrás de la santidad superlativa acostumbra a esconderse el diablo, que, como dejó escrito Dylan, tiene la costumbre de disfrazarse de hombre de paz. La máxima puede aplicarse, y de hecho conviene hacerlo, a la gestión política de la crisis múltiple del coronavirus en Andalucía, que algunos presentan como modélica (les pagan por hacerlo) y otros, en cambio, vemos como un rosario de quebrantos presentes y venideros. En estos tiempos apocalípticos, la gente demanda a los políticos eficacia y ciertas verdades, aunque sean amargas. En el Quirinale de San Telmo presumen de lo primero y simulan hacer lo segundo, pero, por desgracia, los hechos desmienten la idílica estampa que nos dibuja cada día el gobierno del cambio (sin cambio). Decir que en la Marisma los datos de la enfermedad son esperanzadores (los más de 500 muertos parece que nunca nacieron) es contar una media verdad. No se han hecho pruebas diagnósticas ni a todos los sanitarios que todavía están en los hospitales ni a la mayoría de la población. ¿Cómo diablos se puede sostener que la pandemia se encuentra bajo control? Pues lo dicen. Resulta ridículo ver a alguno ponerse medallas -«nuestras UCIS disponen de plazas libres»- cuando todos estamos viviendo, y no gracias a la transparencia de San Telmo, un auténtico exterminio en las residencias de ancianos, donde nuestros viejos, preludio de lo que nosotros seremos (con suerte) algún día, mueren bajo el muro de silencio impuesto por los dueños de los geriátricos y la Junta, unidos en una vergonzosa alianza que consiste en ocultar a los familiares de los ancianos su situación sanitaria hasta que ya es tarde.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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