Arthur Miller, el dramaturgo norteamericano, solía decir que los milagros no existen pero que la gente suele creer en ellos, aunque sea de forma remota, para no tener que aceptar de golpe las desgracias de la vida. A la fe ciega en las causas imposibles se le asocia así un poder terapéutico, que es el mismo que desde antiguo se confiaba a las mentiras piadosas. Pueden ser bienintencionadas, sí, pero nunca dejan de ser falsas. En la crisis múltiple del coronavirus sucede algo similar: los hechos, y los casi 22.000 muertos, indican que las cosas no se han hecho bien, pero desde los atrios institucionales todos los días nos anuncian que el prodigio de la normalización está a la vuelta de la esquina. Que es inminente que baje la curva. En Andalucía, por ejemplo, las derechas, que se enfrentan a su segunda crisis sanitaria en algo más de un año –la anterior fue la causada por el brote de listeriosis–, dan poco menos que por liquidada a la COVID-19 y reclaman el honor de ser los primeros en salir del confinamiento.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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