Un viejo adagio de G.K. Chesterton, finísimo escritor británico, afirma que las coaliciones políticas son como los matrimonios: “Muchos son felices, pero ni uno solo es compatible”. Al igual que en una pareja, o en un trío, las relaciones entre sus miembros no se mantienen fijas ni estables a lo largo del tiempo. Cambian por caprichos, acuerdos, discrepancias o el simple estado de ánimo, igual que sucede con las predicciones de un parte meteorológico, que por la mañana puede anunciar lluvia y, al llegar la tarde, prescribir sol. Lo que más une, por descontado, es el interés; preferentemente, económico o político. El segundo ya contiene al primero. El ejercicio del poder –objetivo compartido entre quienes se casan para gobernar– no contempla la fábula del amor verdadero. La institución matrimonial –lo dice la Historia– no se construye desde el afecto, que puede (o no) acompañar al teatro. Surge de una necesidad más prosaica: incrementar el patrimonio de las familias interesadas en el enlace. Una alianza política, en el fondo, no es más que un sistema de autolimitaciones, a ser posible acordado de antemano y mantenido en secreto para dar una impresión de cohesión.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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