No hay nada como caer en desgracia dentro de un partido político. Sobre todo si además de un escaño parlamentario se tuvo la fortuna de ocupar un cargo institucional. Pasar por el carrusel de la política indígena, una industria llena de profesionales, es un negocio seguro por donde se mire. Del derecho y del revés. Unos años como diputado, antes de la reforma de 2011, daban derecho directo a cobrar una generosísima pensión -además de los sueldos correspondientes por votar lo que en cada momento decidía el jefe de escuadra- sin tener la obligación de cotizar -esto es: trabajar- los preceptivos 35 años. Una maravilla. La crisis obligó a eliminar esta canonjía parlamentaria (sin efectos retroactivos; a los históricos no se les tocó la cartera), pero en la Marisma seguimos pensando que haber sido inquilino del Quirinale, con independencia de cuál sea el desempeño en la tarea, merece un status perpetuo sancionado por ley.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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