Las derechas –ahora es obligado decirlo en plural– tienen una inexplicable fascinación por el negocio del ladrillo, la construcción, la actividad inmobiliaria y la obra pública. No es porque sean como Augusto, el sucesor de Julio César, que heredó una Roma de adobe y barro y dejó una capital imperial de mármol y piedra. Su deleite se debe a que el urbanismo es la manera más rentable de hacer dinero en menos tiempo, y además alimenta a un universo (selecto) de comisionistas, intermediarios y hombres de honor que –no nos cabe duda– siempre miran por el bien general. Ni la condena por la Gürtel, ni otros sumarios abiertos en los juzgados, han hecho que la alianza entre el PP y los hombres del ladrillo se quebrase. Son lo mismo.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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