Fue en Granada, agua oculta que llora, paraíso andalusí, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas, una vestida de verde, otra de malva, y la otra con cintas en la cola; la ciudad de Lorca, el único horizonte de montañas nevadas de la República Indígena. Allí, en la Suiza meridional, sucedió el milagro, aconteció el portento y ocurrió, sí, el prodigio que confirma el poder de la Querida Presidenta para cambiar el curso de la historia y devolverle al Pueblo el bienestar que merece esta su Tierra. Si Neruda, que cantó a las inmensidades americanas, escribió un poema al humilde caldillo de congrio, una oda a la cebolla y otra a los calcetines, y Machado (Antonio) dedicó versos a las moscas, Su Peronísima ha enviado a sus pesebristas, cargos mayores y embajadores menores, a inaugurar, con trompetería gráfica, el plato de ducha que ha tenido a bien conceder -en concurrencia pública, que esto no son los ERE ni los cursos de formación de la CEA- a un octogenario con problemas para acceder a su bañera sin riesgo cierto de caída. Una gesta solidaria que debería abrir el informativo de Canal Sur.
El peronismo es un plato de ducha
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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