El tránsito por cualquier atrio institucional, cargo, poltrona o sinecura produce beneficios inmediatos sobre el bolsillo y la vanidad de quienes disfrutan –con méritos o careciendo de ellos– del poder terrestre. Los políticos acostumbran a llorar mucho en público cuando, en las entrevistas-masaje, se les pregunta por los costes de su compromiso: que si el sacrificio de su famiglia, que si el inevitable parón en su vida laboral, que si los topes en las retribuciones and all these stuff. Lágrimas de cocodrilo. Teatro puro. A la estirpe (y asimilados) la colocan nada más llegar; muchísimos de ellos no han cotizado nunca al margen de la política y en el sector privado, en caso de que algún ingenuo les contratase para algo distinto al tráfico (fenicio) de influencias, no ganarían (ni en sueños) lo que se llevan en el escaño o en la consejería. La autonomía no es un ideal. Es un negocio. Una industria en la que sólo cree quien recibe dinero a cambio de su devoción.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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