Desde el mítico diván de Freud en Viena sabemos que los dos mecanismos maestros que gobiernan el cerebro humano son el principio de placer, cuya traducción química es la célebre serotonina, y el principio de realidad, que tiene el defecto de ser inmisericorde, pero a cambio cuenta con la indudable exactitud del realismo frente a las ilusiones arbitrarias y el idealismo egocéntrico. El neurólogo austriaco creía que el gran motor vital -Élan, lo llamaría Bergson- es la huida del dolor, comienzo de un sendero que viaja desde la serenidad al hedonismo. Los grados de autosatisfacción entre dos seres humanos pueden ser múltiples, pero sea en sueños o en los actos de la vigilia lo natural es evitar y apartarse de las situaciones calamitosas.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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