Muchos ciudadanos piensan que el optimismo es una virtud saludable en política, pero puede tener consecuencias catastróficas. El escritor inglés G.K. Chesterton, que practicó como nadie la inteligencia paradójica, sostenía que un optimista cree mucho en los demás, mientras que un pesimista únicamente confía en sí mismo. Nadie diría que Juan Manuel Moreno Bonilla, el presidente de Andalucía desde hace dos años, el único no socialista en la historia de la gran autonomía del Sur, presta excesiva atención a los malos augurios. Entre otras cosas, porque su carrera política personal se debe a una extraordinaria carambola de la suerte. Cuando en diciembre de 2018 entró en el Quirinale de San Telmo, sede de la Presidencia, gracias al pacto de las tres derechas –que van camino de convertirse únicamente en dos– lo hizo merced a una inaudita constelación planetaria, una suerte de eclipse que hizo coincidir en el tiempo el desgaste del PSOE, acelerado tras el lustro crepuscular que significó la ‘era susánida’, la irrupción de Vox en las instituciones y la decisión de Cs, que sostuvo a Susana Díaz en su última legislatura, antes de la caída de Troya, de cambiar de socio político.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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