John Stuart Mill, uno de los filósofos de cabecera del individualismo, predicaba que si a un estudiante no se le pide que haga aquello que queda lejos de su capacidad nunca logrará hacer las cosas para las que realmente es competente. Aplicada al caso del gobierno de las derechas en Andalucía, tal regla podría formularse de la siguiente manera: si no abordas cuanto antes reformas que al principio parecen imposibles, nunca harás reforma alguna. Más o menos es la encrucijada en la que se encuentra el ejecutivo de Juan Manuel Moreno Bonilla (PP) catorce meses después de alcanzar –gracias a una milagrosa carambola electoral– el Quirinale de San Telmo: más que cambios, en este tiempo lo que se percibe por su parte es una evidente continuidad. Un mimetismo vocacional. Una versión distinta de lo mismo de siempre. La tibieza con la que ha transcurrido este primer año de gobierno, tras 36 anualidades de hegemonía socialista, ha conseguido que las tres derechas no abran los informativos a diario como los nuevos bárbaros, hacedores de la involución contra la que, a falta de mejor argumento, cada cierto tiempo advierte la oposición (PSOE y Podemos-IU). Este papel le ha correspondido a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Moreno Bonilla se ha cuidado de proyectar una imagen distinta a su equivalente madrileña: concordia, contención, equilibro y un relativismo que, más que un nuevo centrismo –éste es el término oficial que emplea el PP andaluz para definir su perfil político en el Sur–, parece, y es, falta de impulso.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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