El poder político, que entre otros atributos reside en la facultad (otorgada) de administrar el dinero ajeno, aquel que tiene otro dueño y se recauda por la fuerza -de las armas o de la ley-, disfruta, sobre todo en sus comienzos, de los privilegios asociados al dominio. Son muchos, pero pueden resumirse en uno: todo el mundo se acercará a ti en busca de algún beneficio. Este ritual se prolonga en función del tiempo que dure tu ascendente. Y, como sucede en la vida, se nos presenta camuflado tras máscaras sociales: elogios, celebraciones y cantos. Todos, por supuesto, falsos. El principal rasgo de alguien con poder es que nunca está solo, del mismo modo que quien carece de dicha condición acostumbra a tener pocos amigos. Mandar es una forma de ficción, por muy real que parezca. De ahí que la inteligencia de un gobernante consista, entre otros talentos, en saber elegir qué batallas conviene librar y cuáles, en lugar de incrementar el poder, lo destruyen.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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