Para conocer de verdad a un político no hay nada mejor, ni más entrañable, que acercarse a su intimidad, contemplar directamente el calor de su hogar o visitar el sitio de sus lares, aquellos dioses de la Antigua Roma. Como la Marisma fue primero colonia y después periferia del gran imperio latino, el primer espacio trascendente es el domus -la casa- del prócer en cuestión. El espacio donde se disfruta de la serenidad familiar tras los viajes en coche oficial, Ir las recepciones, las reuniones y los encuentros de trabajo (que es más bien poco). El Reverendísimo Bonilla, inquilino del Quirinale, la casa de todos, pero donde sólo entra él, nos facilita las cosas porque además de las habituales fotos en camisa en el despacho de filigranas verdes de San Telmo -pero con corbata, que no es lo mismo, ni de lejos, que ir descamisado- cuelga en las redes sociales instantes de sus momentos de descompresión. Tomemos, por ejemplo, uno: ¿Dónde pasó el Domingo de Resurrección? En la Maestranza de Sevilla, viendo los toros desde la barrera. Una estampa clásica del simulacro del poder y la fama en la Baja Andalucía. Ir a los toros es un gesto, una forma de apoyar el arte de la lidia, que va ser el próximo, tras las cofradías, que va a recibir subvenciones (al capote).
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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