Que la realidad imita al arte, como dejó dicho Wilde, anulando con su ingenio irlandés la teoría aristotélica de la mimesis, es cosa sabida. Pero comprenderán ustedes, queridísimos indígenas, que sea una satisfacción ver cómo la Reina (por fortuna ya en funciones) se retrata con un González de cabello plata –l’argent, monsieur– con el fondo infinito de la Marisma rociera. Es la metáfora exacta del peronismo feliz, conocido también como la igualdad de pesadilla, que por enésima vez es la única oferta del susanato en esta campaña electoral cuyas sorpresas -lo decimos desde el principio- no van a producirse hasta el final.
Es todo un detalle que los guionistas de la serie La Querida Presidenta (interina) te ama sigan nuestra gloriosa senda, pero igual que Cervantes no es Avellaneda, estas crónicas salidas de nuestro pobre ingenio son más satíricas que ejemplares, pero son igualmente buenas, aunque prefiramos darlas a imprenta sin retrato. Si Su Peronísima ha decidido arroparse con el prócer González nada más empezar, igual que en aquellas primarias que sucedieron «en la prehistoria», podemos concluir, sin temor a errar, dos cosas, dos. Primera: esta partida no es que no esté ganada -al contrario de lo que sostiene el CIS- sino que comienza con muy malos augurios. Y segunda: la solución de Ella ante este problema es la de siempre: envolverse en la bandera -al estilo Dani Mateo- y sacar a pasear a los jarrones chinos. ¡Vaya innovación! Nos preguntamos sin embargo: si el método no sirvió en la batalla golpista de Ferraz, el primer Lepanto de la Reina, ¿por qué va a funcionar ahora?
Las Crónicas Indígenas de El Mundo.
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