A un año escaso para las elecciones municipales, cuyo devenir dependerá de si Su Peronísima adelanta las autonómicas, cosa que mientras más niega la Querida Presidenta más probable nos parece -Ella llama a estas cábalas «tonterías», como si su cerebro estuviera ocupado con los problemas filosóficos de Occidente-, las cosas van quedando, en lo que a la capital de la República Indígena se refiere, medianamente claras. Espadas, el quietista, que terminó de alcalde para evitar un mal peor (Zoido), ha entregado la cuchara. Con la misma devoción de un converso se ha echado en manos de la derecha sociológica, que en Sevilla es la que nunca da un palo al agua pero aplaudir -lo que se dice aplaudir- aplaude mucho. Con ganas y devoción marcial. Sí. Preferentemente si hay cornetas y tambores cerca, alguna cofradía de por medio o, en su defecto, algún monaguillo que anime la fiesta a la vera del Guadalquivir.
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