La República Indígena vive, cuarenta años después del arranque de la autonomía, una suerte de déjà vu. Este término, procedente del francés, describe la sensación, entre sorprendente y extraña, que consiste en percibir en tiempo presente un hecho sucedido en el pretérito. Los científicos lo describen como una anomalía momentánea de la memoria, pero para los políticos de la Marisma, raza ubérrima de patriotas, se trata –sin discusión– de la Historia (con mayúsculas). Básicamente porque es su historia, aunque la presenten como si fuera la nuestra. Los patriarcas de la Santa Autonomía y sus sucesores nos dan con frecuencia la chapa con este asunto. Es natural: a su edad, que con suerte algún día será también la nuestra, es humano –demasiado humano– embellecer lo que fue ordinario, camuflar lo vulgar bajo un manto de terciopelo y sacarle brillo a las medias verdades. Lo que no es lógico es que tal pandemia identitaria –en una región cuya verdadera cultura es la mezcla– seduzca a parte de las nuevas generaciones políticas, asombrosamente más pendientes de los cánticos de sus abuelos que de lo que le ocurre a su propia generación.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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