Los ajustes de cuentas, que son parte de la sal (agria) de la política, a veces tienen la precisión de las matemáticas. Pueden ser inmediatos o diferidos en el tiempo, según convenga a quien ejecuta esa sentencia ancestral que dicta que, en cuestiones de dominio, no existe la amistad ni tampoco se soportan con estoicismo las críticas. La política (real) es lo más opuesto que existe al ejercicio pleno de la libertad, lo que debería hacer pensar a muchos, ahora que se acerca el adelanto electoral en la Marisma, si con su voto acaso no estarán entronizando a sus propios sátrapas. En los partidos políticos, desde luego, no cabe la menor duda: sólo progresa aquel que se humilla con deleite y profesionalidad, bien sea por el lado de la sumisión o del elogio. Nada, por otra parte, que no hayamos visto antes en el periodismo, donde quienes se alejan de la órbita de los favores en cadena padecen de inmediato el síndrome de abstinencia. De hecho, ya no existe mucha diferencia entre un dircom y un gacetillero costumbrista: ambos escriben, o hablan, a cambio de una soldada que no paga el medio, sino el correspondiente señorito feudal.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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