Nuestro alcalde -léase en clave retórica- es un tipo que cae bien. Simpático, campechano y educado. Una rara avis entre las filas susánidas, a las que se unió in illo tempore por necesidad más que por una firme convicción. Como todos los recién llegados a un sitio, al principio tuvo que hacer bastantes méritos ante la Reina (de la Marisma), pero su alineamiento, hasta ahora, le ha salido bien. Sin contar con apoyos orgánicos propios, Espadas se ha ido convirtiendo en una de las referencias institucionales del susanato. Ni siquiera ha tenido que asumir en primera persona los inevitables costes del sectarismo. De entre sus virtudes, elogiadas tanto por los progresistas no militantes como por la derecha cofrade, que es la que cree que Sevilla debe dirigirse como una procesión, destaca su habilidad social.
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