Hay quien nos reprocha –con cariño, por supuesto– que somos unos malditos agoreros por pensar –costumbre harto pericolosa– que el gobierno del cambio no persigue el cambio, sino un escabeche con tropezones. Puede ser. Pero a estas alturas del siglo, con el pie casi en el estribo, no vamos a andar jugando –como otros– a hacernos los ciegos repentinos. Escribimos lo que vemos. Y el espectáculo que contemplamos, maravillados, desde hace cuatro meses, tras el cambio (de cromos) en la Marisma, es que los nuevos, que cada día lo son un poco menos, tienen prioridades cambiantes, aéreas o relativas. Sus sagrados dogmas de la oposición se van evaporando, relativizando o menguan al paso ligero con el que discurre el calendario. Ahora todo les parece difícil y costoso, cuando no imposible.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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