Quevedo, que es el escritor más punk de la literatura del Siglo de Oro, una época tan llena de miseria como de talento, escribió que la paciencia es la virtud de los vencedores, mientras que su contraria, la impaciencia, es “vicio del demonio, seminario de los hombres horribles y artífice de los tiranos”. No buscamos, líbrenos Dios, el Altísimo, equiparar al Reverendísimo Bonilla, inquilino de Il Quirinale, con ninguno de estos ejemplos, pero da la sensación que il presidentino tiene prisa, diríamos que incluso una indudable urgencia, en que se levante ya el confinamiento en la Marisma. Quiere ser pionero: el primus inter pares de España, sin reparar en lo que advierten los Evangelios: los primeros serán los últimos y los últimos, los primeros. Llevamos más de un millar de muertos –según las últimas estadísticas, en las que no podemos confiar porque se elaboran igual que las encuestas del CIS: a la carta– y la catástrofe del coronavirus dista de estar controlada, pero en Il Quirinale dan por muerto al bicho y quieren que se decrete el final del estado de alarma –que es de excepción– por comarcas. Algunos cráneos privilegiados hablan del milagro andaluz, como si la tragedia que estamos viviendo fuera una romería o un partido de fútbol. No es prudente. De hecho, es una idea demencial. Y mucho más viniendo de un gobierno que, sin dudar de sus buenas intenciones, ha estado más preocupado en ponerse medallas que en dar a los sanitarios los medios que necesitan.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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