Del Reverendísimo Bonilla, nuestro particular presidente carambola, se podrán decir muchas cosas -de hecho, se cuentan bastantes- pero nadie puede asegurar que de su boca haya salido nunca, al menos en público, una mala palabra. No pensamos que sea una virtud natural –hasta el carácter más frío tiene instantes críticos–, pero, indudablemente, el hombre domina bien el arte del protocolo, que en el fondo es lo suyo. El PP se ha hundido en las generales y acude a las municipales en un estado de postración mayúsculo, pero a Bonilla (Moreno) no se le arruga la chaqueta nunca jamás. El Primero de Mayo nos deleitó con un vídeo -de la serie vita privata- en el que en lugar de celebrar el Día del Trabajo, ese bien tan escaso en la Marisma, festejaba su cumpleaños -cumplía 49 anni- con una tarta de chocolate coronada por una sinfonía de frutas del bosque. Una delicatessen, suponemos. No hablaremos -por piedad cristiana- del estampado de las paredes -motivos vegetales con pajaritos de colores- ni de la alacena, versión ruralizante ma non troppo, que cobijaba la vajilla familiar, pero es necesario advertir que si el presidente quiere conocer la realidad de Andalucía debería salir de los ambientes del Rastrillo y buscarse compañías terrestres, en lugar del coro de pescados que lo acompaña a todos sitios, aunque ya sabemos que para Él no hay mejor amigo que Bendodo, su sombra.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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