Las noches electorales son como galerías llenas de espejismos: proyectan sombras seductoras que rara vez se corresponden con la realidad, aunque lo parezca. Igual que don Quijote, pero con menos idealismo que el famélico y entrañable caballero de la Mancha, los políticos creen adivinar en ese momento señales en el cielo en las que leen su destino. Entonces se sienten -«vanidad de vanidades, todo es vanidad», dice el Eclesiastés- elegidos para la gloria…por sus hazañas personales. Que el Altísimo les conserve la vista y el sentido de la autoestima: la verdad, aunque sea tarde, evidenciará cuán efímeras son las banderas de todas las victorias que no responden al talento individual, sino al apoyo ajeno. Las primeras son admirables, las segundas sólo traen dependencia y calamidad. Lo estamos intuyendo ya con el NuovoAdelantado, Juan Espadas, ganador (por delegación) de las primarias del PSOE. El ungido por Ferraz piensa que ha derrotado a Su Peronísima(lacrymosa) por sí mismo, gracias a su proverbial magnetismo. Un laurel para el caballero. Es una manera singular de verlo.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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