La alta diplomacia es una forma elegante de hipocresía que, a veces, contribuye a resolver problemas imposibles cuando se formulan como litigios de Estado. Las disputas de soberanía han causado a lo largo de la historia miles de guerras y muertos, redibujando mediante la fuerza los mapas políticos. Las fronteras empiezan siendo convenciones comunales hasta que se convierten en sitios armados. Levantarlas es siempre mucho más sencillo que derribarlas. El acuerdo de Nochevieja suscrito entre España y Gibraltar, pendiente todavía de ratificación entre Europa y el Reino Unido, ensaya una aproximación divergente a esta ancestral tradición previa: pretende eliminar una frontera –la verja que separa el istmo colonial de Andalucía– que, por descontado, es un enclave físico, pero también mental. Un concepto. Tal aspiración ha sido una tarea inviable desde hace tres siglos y, sin estar ni mucho menos garantizada –lo veremos durante el próximo lustro–, quizás contribuya a acercar dos orillas asimétricas de un único territorio geográfico –el Sur del Sur– que están condenadas a entenderse.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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