Dos años después de la épica mayoría de los veinte empezamos a asumir la realidad. Ya era hora. El alcalde, cuyo mandato ha sobrepasado el ecuador, ha querido celebrar su segundo aniversario pidiendo más paciencia al respetable –que empieza a cansarse– y simulando dar un golpe en la mesa del urbanismo sevillano al anunciar una “actualización” del Plan General. No parece propio de alguien que lleva tanto tiempo en la Alcaldía incurrir en contradicciones de este tenor. El regidor hispalense se mueve como un péndulo: de un extremo al contrario sin dar señales de saber situarse en algún punto intermedio. Mala cosa.
Por un lado reclama a los ciudadanos que sigan teniendo fe en su persona, como si el racionalismo no fuera parte de la historia o la crisis no hubiera hundido todo lo que parecía sólido; por otro, se separa de lo que sus huestes llaman la micropolítica para prometer una cosecha de grandes proyectos que los sevillanos “no podrán ni imaginar”. En esto último tiene razón: los proyectos no podemos imaginarlos porque hasta ahora no existen. Su relato naufraga: no se puede seguir pidiendo confianza sin ofrecer resultados y pretender que los sevillanos acepten de nuevo el truco de la zanahoria, que siempre está un poco más lejos. Ya no hay paciencia ni ganas. El crédito se ha evaporado.
Los dos años de gobierno del PP en Sevilla han sido paupérrimos por mucho que el alcalde cifre sus logros en un 60%. Darle el beneficio de la duda ya no es siquiera una opción piadosa: no es verdad. Un periodista –Manuel Jesús Florencio– lo ha demostrado esta semana solo, con lápiz y papel, haciendo lo que es propio del oficio: contrastar los dichos con los hechos. El saldo es nítido. Zoido sólo ha cumplido una promesa: derogar el Plan Centro sin dar una alternativa de movilidad para la Sevilla histórica. Amortizada definitivamente la coartada de la herencia de la coalición PSOE-IU, que según la tesis del PP debe haber estado gobernando todo este tiempo después de muerta, pues a ella se achacan desde Plaza Nueva los males presentes y venideros, el absolutísimo gobierno local no ha cosechado nada que llevarnos a la boca, salvo algunas celebraciones, innecesarias y caras; revisionismo gratuito y mucha hojarasca. Del intelecto, por supuesto, ni hablamos.
El anuncio de la modificación del Plan General sólo puede entenderse en este contexto de incapacidad que no permite continuar con la cantinela de que el gobierno anterior le dejó con las manos atadas y la Junta –bolchevique, por supuesto– trabaja en contra de los sagrados intereses de la patria hispalense. Cambiar el PGOU no es la solución, sino una mera distracción. Los males de Sevilla tienen poco que ver con el urbanismo y sí con conceptos que ellos ni se plantean, como la cohesión social, la estructura empresarial, la cultura, la mentalidad, la formación o la excesiva dependencia de los falsos ciclos económicos que benefician a unos –los de siempre– dejando a los demás en el suelo.
No me extraña que el Ayuntamiento anuncie para el Corpus que va a organizar juras de bandera en las plazas sevillanas. Para creerse la milonga de los dos años de éxito de Zoido no cabe más que la devoción marcial o la lealtad castrense que, como sabemos, no es tal, sino una obligación de la tropa. Se llaman liberales pero quieren que los ciudadanos pensemos como en el ejército. Decir a estas alturas que “el Ayuntamiento del siglo XXI no se construye en dos días” es certificar que seguimos en el XIX. El populismo de Zoido se ha quedado en folclore y en una retórica de cursillos de cristiandad.
Sostiene el regidor que la ciudad habría sufrido más corrupción si hace dos años no hubiera ganado las elecciones. Puede ser. Pero las preguntas ahora son otras: ¿Tiene sentido hablar de lo que no ha ocurrido? ¿No ganó las elecciones? ¿No gobierna? A falta de 700 días largos para las próximas elecciones, su discurso sigue pivotando sobre el pasado (ajeno) porque no hay presente (propio). En coherencia con esta actitud podríamos decir que mira hacia atrás, aunque sólo para lo que le conviene. El PP retiró hace unas semanas de internet su programa electoral. Era consciente de que su gestión no soporta el más mínimo análisis.
En su lugar ha editado un librillo para hacernos pasar por milagro lo que, como dijo Góngora en una de sus coplillas satíricas, no es sino escabeche. El resumen oficial de sus méritos viene envuelto como si fuera un anuncio de Navidad lleno de globos de colores. No podían haber elegido mejor metáfora. Con razón nos anuncia que “lo mejor está por llegar”. Es verdad. Nos queda por ver cómo la burbuja que lo llevó a la Alcaldía se derrumba. No es un deseo, Dios nos libre, sino una ley básica de la física. Todo lo que sube baja. Lo dijo Newton contemplando un día una manzana. Micropolítica, por supuesto.
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