La literatura autobiográfica funciona igual que un contrato: quien escribe su vida prometiendo decir verdad –que es la misma convención que rige en los juicios– ambiciona conquistar la credibilidad ajena y, mediante este sortilegio, aspira a que su versión sobre sí mismo adquiera la condición de certeza compartida. Todos los contratos –y no digamos ya los procesos– tienen riesgos: al obligar a los espectadores, tácitos o expresos, a distinguir entre la sinceridad y la falsedad uno se arriesga a que la historia naufrague si no alcanza la apariencia mínima de veracidad. En el caso de las memorias de José Antonio Griñán –Cuando ya nada se espera (Galaxia Gutenberg)– lo revelador, salvo para los convencidos y los fieles de antemano, no es tanto lo que cuentan –sus experiencias a lo largo de una vida política dilatada– sino lo que obvian o desprecian, sea por desmemoria interesada u olvido inconsciente. O ambas cosas.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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