En sus Conclusiones sobre la importancia de la ortodoxia, el gran G.K. Chesterton, señor del ingenio y maestro de las paradojas inteligentes, escribe que, en contra de lo que se piensa, aquello que mejor define a un hombre son los dogmas que profesa. El ser humano, según el escritor británico, es una criatura esencialmente doctrinal. Todo lo contrario a lo que propuso la posmodernidad –ya saben: la muerte de los grandes relatos– y exige el ejercicio de la política contemporánea, donde tener una humilde convicción, aunque sea la más inocente del mundo, se considera un perfectísimo estorbo. “Cuando uno se erige en Dios, sin abrazar ninguna forma ni credo, lo que hace es retroceder hacia la vaguedad de los animales errantes, hacia la inconsciencia de la hierba. Los árboles carecen de dogmas. Los nabos son excepcionalmente amplios de miras”, escribe (con sorna) el creador de El Padre Brown.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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