Hace treinta años, cuando en la Marisma se vivían las vísperas de los fastos del 92, se puso de moda entre la clase política indígena una frase: «Hágase». Era la expresión absolutista de un tiempo en el que todo era posible -tocando los resortes necesarios- sin que importasen mucho los medios. Bastaba con que la cúspide del poder (entonces, socialista) pronunciase la palabra mágica para que un ejército de hacedores cumpliera sus caprichos. De esta milicia de fieles ejecutores, Francisco Javier Guerrero (El Pedroso, 1956; Sevilla, 2020), el señor de los ERE, ha sido quien ha gozado de mayor fama. Probablemente, a su pesar. Muerto de una neumonía súbita el pasado domingo, encarna en su persona el proceso de degeneración del socialismo de la Marisma, que comenzó apropiándose de la ingenuidad de un pueblo pobre, inculto y postrado por el subdesarrollo para medrar, vivir como sublimes mandarines y descubrir que la moral, si gobiernas una república de bandidos, no es más que una convención molesta.
El Bestiarium en El Mundo.
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