Cada vez que el quietista Juan Espadas, candidato de Ferraz para suceder (o no) a Su Peronísima, pronuncia la palabra ilusión muere un gatito o un serrucho mecánico corta un árbol en Sevilla. Lo primero es una tragedia; lo segundo, una costumbre del todavía –tempus fugit– regidor sevillano, que se presentó hace diez años en el Ayuntamiento hispalense diciendo que era un gobernante ecologista y un buen gestor, y ha terminado maldiciendo (a micrófono abierto) a los vecinos críticos. Un decenio más tarde, su herencia es un rosario de quinarios, tedeums y besamanos donde el único devoto (convencido) es él. Sí. Prefiere los monaguillos a los ilustrados. Se siente mejor entre el falso incienso de las cofradías que participando en un think tank. Y todavía está esperando que le llame la OMS por la pandemia. A la carrera de las primarias del PSOE -que se va a librar en dos tiempos- va igual que Curro Romero: con ganas de triunfar en plazas de primera y un pánico descomunal ante el toro.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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