Jean Daniel Bensaïd (Blida, 1920-París, 2020) construyó su biografía (vital primero; intelectual después) a partir de un oxímoron y gracias a una leyenda. El oxímoron lo componen dos palabras, en apariencia contradictorias: periodismo progresista. Equivalente a su adjetivación opuesta: periodismo conservador. La leyenda, que adquirió bastante pronto la condición de mito, nos habla de un pretérito lejano donde conviven un proverbial mal genio, la devoción fraternal por Albert Camus, su condición de combatiente en la Segunda Guerra Mundial –desembarco en Normandía incluido– y la fundación del Le Nouvel Observateur, un prestigioso semanario de actualidad política –sí, eran otros tiempos– que entonces marcaba la agenda europea y, al menos para la izquierda ilustrada francesa, fue uno de sus particulares evangelios (laicos). La Biblia de cierta forma de entender la grandeur. En realidad, la historia de Daniel, fallecido esta semana con el reconocimiento general propio de un vino centenario, un caldo gran reserva, impecable dentro de sus ternos señoriales, coqueto cada vez que gastaba sombrero, particularmente sensible a los elogios y longevo tras una vida generosa, es mucho más simple: entre la epopeya y la admiración, lo que había es nada más –y nada menos– que un hombre culto e inteligente que, viniendo del África francesa –nació en Argelia en una familia hebrea– estuvo presente en las grandes diatribas políticas de su tiempo y, en cierto sentido, traspasó esa frontera invisible que diferencia a aquellos que miran la Historia (desde fuera) y quienes (desde dentro) la protagonizan.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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