Arthur Koestler fue un tipo contradictorio y fascinante. Alguien capaz de encarnar en una única persona los dos caracteres antagónicos que Nietzsche consideraba irreconciliables. Fue, por un lado, un ser dionisíaco que aspiraba, por otro, a convertirse en un héroe apolíneo. Sin duda perseguía una extraña idea de la perfección intelectual, pero su vida terminó siendo una muestra de gloriosa desmesura hedonista. Conoció a todo el mundo (de su tiempo histórico), abrazó todas las causas políticas (antes de renegar con idéntica vehemencia de todas ellas) y defendió por igual el poder del individuo solitario y la dictadura de las hordas. Pero, al contrario que Fouché, que –según cuenta Zweig en su extraordinaria biografía– pasaba de estado político sin pestañear, a él no le movía ninguna insana ambición del poder, sino la pura incontinencia de la curiosidad vital extrema, junto a un –sospechamos– indudable narcisismo.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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