Dieciséis kilómetros separan Andalucía de Marruecos. Para algunos es una distancia escasa, pero entre las dos orillas más crepusculares del Mediterráneo, allí donde la mitología antigua situaba las legendarias columnas de Hércules, el héroe que aparece en el escudo de la gran autonomía del Sur, existe desde siempre una barrera que no es sólo marítima, sino mental. Dos mundos distintos, dos religiones diferentes, una larga historia de encuentros y desencuentros mutuos, cierto desprecio (en ambas direcciones) y una vecindad irremediable impuesta por la geografía que, lejos de ser modélica, dista bastante de la que existe con Portugal y Francia, los otros dos hermanos territoriales de la Península Ibérica. España y Marruecos han celebrado esta semana una cumbre bilateral –con la elocuente ausencia del rey alauita– que pretende “normalizar” las relaciones diplomáticas tras el volantazo del Sáhara. El término utilizado es singular: lo ordinario es que entre ambos países, cuyos vínculos son seculares, no reine una concordia duradera. En caso de consolidarse, como aseguran desear Madrid y Rabat, tendría la condición de anomalía. Por infrecuente.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
Deja una respuesta