A veces en la vida (léase con tono resignado, el propio del que está de vuelta de todo), y por lo general sin querer, antes o después todos rompemos algún corazoncito. Lo decimos en diminutivo porque vivimos en un tiempo en el que ya no existe la sensibilidad, sino sólo los sentimientos desbocados y excesivos del capricho personal. Es probable que se sientan más ofendidos quienes creen que es obligatorio profesar un ridículo orgullo por un hecho tan banal como nacer donde nadie decidió hacerlo, pero eso no nos sorprende: desde que estas crónicas indígenas vieron la luz venimos recibiendo el admirable amor de los que adoran las banderas, aunque no sean más que trapos de colores. Encantados, oigan. El caso es que pensamos, por supuesto a partir de hechos, que tenemos una autonomía que es para descambiarla. Entera.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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